sábado, 29 de junio de 2019

Podcast Quimeras: Episodio 1 Leticia Lorenzo

Leticia Lorenzo, es jueza de garantías de Zapala. Dentro de Poder Judicial el amor odio está a flor de piel porque su visión de la justicia como servicio y de no callarse nada, genera cierta incomodidad en algunos actores.
Con ella no solo hablamos sobre su función, sino que además abordamos el tema de redes sociales, la sororidad, la muerte (mi gran angustia existencial), la trascendencia. Viaja a través de nuestra máquina del tiempo a un juicio muy particular. ¿Adiviná a cuál?  Y para cerrar nos deja un libro y una serie para que nos entretengamos y pensemos.





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Una nueva aventura de Quimeras: un Podcast

Quimeras siempre fue un intento por salvar las urgencias que me persiguen, y hoy, hacer este Podcast de entrevistas es un salvavidas que llega justo a tiempo.
El vértigo casi constante en los medios por el click, el espacio, el minuto y el segundo, sentí que quitaban la posibilidad de ir más allá de la coyuntura.
Es por eso que me embarqué en esta nueva Quimera al hacer un Podcast que seguramente solo me interesa a mí. Todo es una exploración en la que charlaremos muy distendidos con personas que me interesan y que yo estimo tienen algo para aportar y que va más allá de su rol o función social.
Este camino de descubrimientos lo podrás escuchar entrando a este blog cada 15 días o por las distintas plataformas que difunden Podcast, Ivoox, Spotify o Itunes.
Que lo disfruten...yo...me lo tomo con tranquilidad!!!

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viernes, 18 de enero de 2019

Entrevista a Gastón Intelisano

Gastón Intelisano es forense y escritor de novela negra. Tiene una saga de cuatro libros en la que el investigador Santiago Soler trabaja resolviendo distintos crímenes. En sus libros transmite el conocimiento real de cómo se investigan las muertes violentas en la Argentina, a lo que le suma la ficción de la historia. En la charla que mantuvimos cuenta su inclinación hacía la investigación desde temprana edad cuando descubrió que quería ser un agente del FBI. En el camino se recibió de criminalísta, radiólogo y luego incursionó en la escritura. En la actualidad trabaja en su quinta novela.
Además, habla del abismo y los atajos que hay entre la realidad y la ficción en la investigación criminal.

lunes, 17 de diciembre de 2018

Cuento: Puto cauto


Lo peor que me puede pasar una tarde de sábado es que se haya suspendido el partido de paddle que suelo jugar con amigos, pero las características de día trágico aumentaron aun más cuando mi pareja me pidió que lo acompañara al supermercado, lugar que detesto por ideología y que utilizó cuando ya no queda otra alternativa.

- Zurdito acompáñame –me ruega socarronamente con esa voz amorfa que es un intermedio entre lo fingido y lo indefinido.
- Bueno, pero trata de ir como una persona normal, le advierto mientras me doy cuenta que todavía no termino de aceptar del todo mi reciente homosexualidad.

Mientras trato de darle forma a la maraña de pelos que cubren mi cabeza, pienso frente al espejo, con los dos ojos clavados en uno, en él.
Walter, es un lindo tipo y para tener treinta años tiene firmeza corporal y una libido tan irresistible que es casi imposible no caer en su sexo. Pero su histrionismo es alevoso, para mi gusto, por lo que su modo de expresión, de caminar y de hacer las cosas lo ubican en una categoría intermedia entre el gay y el trava, y eso me jode. Él es uno de esos personajes que mis amigos tildarían de “puto de mierda”.

Es duro que este pensando esto, balbucea mi reflejo desde el botiquín mientras cepillo mi dentadura que por ahora resiste al paso del tiempo. Quizás  sea una actitud envidiosa porque él es más puto. Digo, más puto que yo. Puto con mayúsculas, de esos que se bancan lo que son porque ya lo han asumido y viven a pleno con sus hormonas.

A mí, mi pasado medio que me condena. De cuna católica y mujeriego de adolescente, trato de manejar la situación lo más que puedo por eso suelo evitar exponerme públicamente y todo eso que él me recrimina como si no entendiera. Yo, revuelto en mi, todavía sufro el haber perdido algunos amigos de toda la vida y será por eso que ahora soy un puto cauto.
Mi familia no lo sabe y mi hija no entendería eso de que a papá se lo cogen. Por esto, caos y situación de mierda se han convertido es estados latentes de la ficción en la que resido.

- Estoy saliendo con alguien- así empezó mi última conversación con uno de mis mejores amigos. Él me miró expectantes sin saber lo que venía.
- Pero no es una mina, es un tipo, se llama Walter – le tiré sin anestesia pero anestesiando por completo su cerebro que sólo atinó a implosionar.
- De qué carajo estas hablando?
- Soy gay Paco.
Su rostro se demacró, la amistad tambaleó y al final los 17 años compartidos terminaron desarmados en el suelo y nos despedidos como si fuésemos dos perfectos desconocidos. Miedo y asco, es el rostro que me ha quedado guardado y con el cual recuerdo a ese tipo que supo ser mi medio hermano.

Sí ya lo dije, puto cauto, así me autodenominé a partir de ese entonces.

Agujas rectas me delatan que Walter ya viene tarde pero dos cortas bocinas me llevan a apurar las zapatillas.
Salgo, cierro y subo al coqueto auto que siempre huele tan bien.

- La puta que te parió no me gusta que me toques bocina, tanto te cuesta mover el orto del asiento. No podes hacer como la gente normal que toca timbre. No soy una puta.
- No ya sé, sos un puto.
- Ándate un poquito a la mierda, le digo indignado mientras veo su atuendo, es reputo y me amargo aún más.

La tarde pinta terrible, hace mucho calor y con Walter al lado mi anonimato supermercadista peligra demasiando entre tantos consumidores.

Las góndolas se convierten en escudos que me ayudan a disimular y por un momento improviso un juego de escondidas del que sólo yo participo.
- Vida llevo estas arvejas- me dice Walter jugando con esa voz de trola mientras zarandea una lata entre medio de sujetos que no pueden esconder su repugnancia pero que él no registra.
Le contesto algo así como que haga lo que quiera, mientras huyo entre las góndolas que a esta altura son mis únicas aliadas.
Mis acciones evasivas fracasan por completo cuando un par de pasillos después me topo con un Walter que maneja en forma zigzagueante y con total impunidad el carrito de comestibles.
La escena era tan grotesca como real, por lo que tuve un brote de risa que no pude ocultar y que él acaricio sutilmente, por lo que sentí hasta culpa de la vergüenza que me genera salir a la calle con él.

Así, con total naturalidad ama y mata. Ese es Walter, el tipo no es un puto común, es un puto desafiante, descarado y enfrenta, sumido en una total anarquía, a los miles de ojos hipócritas que lo ven transitar.
Envidia dije, sí, envidia de eso, de eso que a mí no me sale.

Estaba en éxtasis, lejos muy lejos, cuando su boca floja y su lengua suelta me hicieron precipitarme sobre la realidad. En una jugada inexplicable, mi chico me dejó desnudo de palabras frente a dos amigas suya a las cuales me presentó como su pareja homosexual.
Estaba despavorido, en off y por reflejo sólo atiné a darles un beso y seguir mi camino, que no sé cuál carajo es.
Walter entendió ahí que algo no estaba bien, sé que a él le jodio, me lo dijo tiempo después, y yo creí que él había advertido que se había ido a la mierda con esa estúpida e innecesaria presentación.
Mientras miraba aderezos, en mi cabeza retumbaba la idea de que esas dos minas sabían que yo era puto.
Walter trató de enmendarse con una disculpa, pero yo había aprendido de los precipicios a hacer vacíos y me blindé en cuerpo y espíritu.
El resto de la Híper travesía, sobrevino sin mayores particularidades. Los dos caminamos separados sin cruzar palabras. Eso estuvo bien.

La tarde terminó cuando baje del auto, que para ese entonces apestaba de gritos, puteadas, reclamos y demás.
Walter y yo terminamos.

- Vos todavía no estas listo para ser puto, me dijo recurriendo a su voz original que es sostenida y sensual.
Con un portazo lo termine de mandar a la mierda y me acuartele entre mis paredes.

Esa noche, quizás por despecho, recurrí a una amiga con beneficios y entre copa y copa mi boca avanzó sobre su sexo ensordecedor e implacable. 
Y mientras disfrutaba cogiéndome a una mujer recordé a Walter.



Publicado en 2006 en la revista Serendipia (Mendoza) 
dirigida por Alejandro Frías.

lunes, 10 de diciembre de 2018

Cuento: El beso de la puta


Antes de morir mi abuelo me pidió que me sentara al lado suyo en la cama. Presumí que me quería contar algo importante.
Su mano arrugadísima estaba fría por lo que la envolví entre las mías para darle calor, fue en ese momento donde una revelación suya me atravesó.
“Siempre amé a una puta que me besó”, dijo con apenas un hilo de voz.
En ese momento quedé impactado. Luego entendí que no todos se quieren llevar a la tumba sus secretos y que un nieto es mejor confidente que un hijo. Porque el nieto no juzga y hasta se divierte con las andanzas del nono.
El beso de la puta me recordó, con el paso de las horas, el cuento de Martín Kohan, Erik Grieg, que es el personaje con el que va a tener sexo la Ema Zunz de Borges.
La voz de mi abuelo era cansina y su respiración muy áspera. Algunos detalles, creo que mi moribundo abuelo los omitió por economía de vida, literalmente.
Todo se remontó a los años 50 cuando él gozaba de unos fuertes y firmes 30 y tantos y mi viejo arrancaba con su pubertad enterándose de todo con los amigos del barrio, jugando a la pelota y robando frutas en las fincas de las afueras. Una adolescencia sin pantallas, donde la radio desarrollaba la imaginación con sus radioteatros de la tarde que convocaban a toda la familia.
En fin, mi abuela ya había parido cinco hijos y estaba sola con una casa invadida por niños y las duras tareas hogareñas. Cocinar para una tropa, lavar los pañales, planchar, regar, limpiar la casa, hacer las camas, las compras y así un montón más de tareas que conformaban una rutina terrible.
En esa práctica cotidiana, el sexo podía ocurrir cada dos meses con suerte y no era de común acuerdo. Mi abuela entendía que la necesidad de mi abuelo era inminente cuando sus manos desafiaban a las suyas. Además, las excusas de doña María se habían acabado: dolor de cabeza, sueño, cansancio, acostarse y dormirse rápido era otra de sus estrategias. Algunos de estos detalles no me los contó pero ocurrieron.
En uno de esos tantos días que volvía del trabajo en bicicleta, mi abuelo vio un piringundín por una de las calles laterales a la avenida principal, donde no abundaba las luminarias y solo unos foquitos alumbraban el ingreso de unas pocas viviendas de la cuadra.
Justo el foquito rojo era la clave visual para identificar ese barsucho devenido en prostíbulo o casa de citas, como se los enmascaraba. Todo era clandestino en ese entonces tal como pasa ahora.
Hábil con la bici, clavó la alpargata en la rueda trasera para reducir la velocidad y miró y lo miraron. La mujer que estaba en la puerta tenía una bata, era una tela brillosa parecida a la seda, su pelo castaño claro tenía leves ondulaciones, tez blanca, boca carmín y curvas interesantes.
Mi abuelo dejó de mirar porque la mujer lo intimidó. Me explicó que su única mujer había sido mi abuela, yo entendí lo que quiso decir, que amó siempre a la María, pero me resisto a creer que no estuvo en otros brazos.
Lo cierto es que un día al salir del laburo, casi llegando al piringundín se bajó de la bici y pasó caminando por la vereda. La mujer irresistible no estaba en la puerta, había otra que era mucho más rellena. El nono se armó de coraje y preguntó.
Se llamaba Beatríz la puta que él buscaba y su tarifa no la podía sacar del bolsillo como si nada porque era un cuarto de su salario mensual que de por sí no alcanzaba.
Durante tres meses pasó con el anhelo de que  Beatriz estuviera parada en la puerta y así cruzó miradas en más de una ocasión. Es de suponer que hubo cierta complicidad entre ambos porque sabían, con la certeza de un reloj suizo, a la hora que se verían y ella estaba en el umbral y él pasaba con la alpargata frenando la rueda trasera de la bici. Sólo a Fellini se le hubiera cruzado por la cabeza semejante escena.
Una respiración profunda y un parpadeo pusieron en jaque el final de la historia.
-            ¡Abuelo!, dijie, y puse la mano en su pecho y su corazón galopaba como el de los chicos en las ecografías. Me estremecí. Al borde de los 85 años ese corazón había soportado de todo, hasta mi desahuciado llamado de hace unos segundos,  pero no podía dejar de latir sin contarme qué fue de Beatriz.
Respiró, respiró, bebió unos sorbos de agua que le dí en una cucharita y continuó su relato.
¡Cuánto empeño le ponemos a la vida, es increíble! El solo hecho de saber que no hay más nada, solo muerte, nos obliga a aferrarnos con todo nuestro ser que está condenado a dejar de ser.
La cosa es que el nono continuó, lento y susurrante, con la historia de su puta amada.
Al tercer mes y a escondidas de mi abuela, él ya había juntado cada uno de los billetes necesarios para estar con Beatriz. Pero como no conocía mucho del comercio de los cuerpos, no se animaba a encarar.
Encima, como no quería que nadie se enterara, ni siquiera le contó a su mejor amigo como para que le diera un consejo o al menos una sugerencia. Así que, ahí andaba el nono con la cabeza en cualquier lado tratando de inventarse una escusa o descubrir su arrojo para poder estar un turno con una puta.
Finalmente lo logró, una noche después de tomarse un par de vasos de vino con la comida, anunció que salía a dar una vuelta para bajar la comida, algo que estaba fuera de su rutina.
Mi abuela intuyó que estaba preocupado por algo pero no le preguntó, es decir antes no se acostumbraba. Antes el hombre resolvía el trabajo y la mujer la casa y la crianza.
Moribundo y todo, me contó, tendido en la cama en la que había dormido desde que se casó con mi abuela, cómo había sido esa noche.
Entre las ganas de ver y estar con Beatriz y la vergüenza y culpa de engañar a mi abuela, la cabeza le zapateó hasta que llegó al piringundín del foquito rojo.
El vino había hecho efecto y el coraje y el deseo se apropiaron de él ni bien puso un pie en el prostíbulo. Era una casa tipo conventillo con una recepción con varias sillas, que esa noche para suerte de mi nono estaban vacías, y un pasillo con varias habitaciones y un baño al fondo.
La mujer rellena le salió al encuentro y antes de que saludara o preguntara algo, mi abuelo lanzó desde el fondo de sus entrañas “Beatriz”.
La mujer sonrió, algo nervioso lo debe haber notado supongo, y volvió a saludarlo y cuando mi abuelo devolvió el saludo siguió la charla que incluyó un precio, un pago y un dato clave: habitación 3.
En ese momento que ya se había concretado el acto de comercio, mi abuelo miró el pasillo que parecía tan infinito como borroso.
Veintitrés, dijo en un susurro mi abuelo. La pausa duró un par de bocanadas de aire y luego aclaró que esa fue la cantidad de pasos que dio para llegar a la habitación donde estaba Beatriz.
Jamás me hubiera imaginado semejante calculo, aunque muchas veces me pregunté qué piensa un jugador que va caminado hacia la pelota en medio de una definición de penales. Bueno, ahora supongo que además de las escenas extremas de gloria y derrota, también pueden contar los pasos.
Cierto es que su voz susurrante no habló como macho cabrío dando detalles del sexo sino que la describió con amor. Recordó su aroma a jabón de coco, piel suave, voz segura al igual que sus acciones.
Cuando mi abuelo terminó de abrocharse el pantalón, Beatriz lo atropelló con su cuerpo y le dio un beso en la boca que le fue correspondido con la misma pasión.
No se dijeron nada, solo se miraron y mi abuelo salió de la habitación 3 y caminó 23 pasos hasta la salida del piringundín.
Al día siguiente al volver del trabajo, Beatriz no estaba en el umbral. Tampoco lo estuvo los días que le siguieron. Mi abuelo pensó que estaba con algún cliente o que le daba vergüenza asomarse por lo del beso.
En fin, durante los tres meses que siguieron no la volvió a ver pero ahorró religiosamente cada moneda para regresar con Beatriz.
Nuevamente la misma escena, mi abuelo cena, avisa que sale a caminar rompiendo su rutina y mi abuela que no dice nada.
Al llegar al piringundín, un poco más sobrio que la primera vez y menos nervioso, saluda a la mujer rellena que le sale al encuentro y pide estar con Beatriz.
- Se fue al otro día que te vio galán, le dijo la mujer con una sonrisa.
- ¿Por qué? ¿Dónde?, lanzó rápidamente el nono que estaba en shock.
- En este rubro mi vida no preguntamos esas cosas. Así como un día llegó, otro se fue. Corta la historia. ¿Vas a querer a otra chica?
- No, no. Está bien, disculpe. Dijo con respeto mi abuelo y salió.
No alcanzó a caminar 10 metros que la mujer rellena salió a la calle y le gritó.
- ¡Eh Galán! Por si te sirve de algo, solo dijo que se había enamorado - le confió la mujer, que sonrió y volvió adentro.
Mi abuelo me miró con sus ojos profundos, me sonrió con un amor eterno y a los pocos segundos sentí que había muerto. Solo atiné a buscar su pulso en vano y lloré en silencio. Decidí quedarme un rato ahí entre el amor y la muerte.

Agosto 2018 
(Gracias Pablo Montanaro por echarle un ojo y la confianza).


viernes, 12 de octubre de 2018

La Justicia Restaurativa

Les dejo la entrevista, casi una charla amena, que tuve con Virginia Domingo de la Fuente (presidenta de la sociedad científica de la justicia restaurativa de España) quien estuvo en Neuquén y pasó el por el estudio de LU5 AM600. Buscar sanar tanto a la víctima como al victimario para que no reincida y a su vez a la sociedad ponen a la Justicia Restaurativa al borde la utopía. ¿Será posible por estos pagos?

miércoles, 10 de octubre de 2018

Entrevista a la jueza Leticia Lorenzo


La jueza de Garantías de Zapala estuvo en LU5 AM600 y charlamos sobre la visión que tiene de la justicia de la cual se mostró muy crítica. Además, fue dura con los jueces que en medio de una crisis económica en el país pretenden aumentarse los sueldos.