jueves, 30 de abril de 2009

Algo para ver

Comenzó la segunda temporada de Epitafios y hasta ahora no ha defraudado. Es un policial atrapante y cuenta con un reparto más que interesante.
Para los que quieran verla: domingos a las 22 por HBO.

¿Y el dengue?


Se acuerdan de la reciente epidemia de dengue que avanzó desde el norte argentino hasta la Capital Federal. Se calificó como “la peor epidemia de la historia argentina”, con más de 20.000 afectados y tres casos de dengue congénito. Ya nadie habla de dengue, hoy el tema es la "pandemia por la gripe porcina".
¿Qué vendrá después?

miércoles, 29 de abril de 2009

¿Quién viaja?


El aparato sindical movilizado al ciento por ciento. Unos mil neuquinos rumbo a Capital Federal para celebrar el día del trabajador en la Plaza de Mayo.
¿Quién paga? Tengo algunas ideas que no son para nada simpáticas.
Cosas veredes!!!

Libro vs pantalla

Está en marcha la 35° Feria del Libro en Capital Federal y en esta nueva edición resurge el debate que enfrenta al papel con la pantalla. Para muchos un combate inevitable.

En un rincón el libro con su sabor vernáculo y en el otro un pequeño implemento electrónico que ofrece la posibilidad de tener una biblioteca completa en el bolsillo.

Por lo leído en estos días muchos aguardan un desenlace apocalíptico en favor de alguno de los bandos.

Es cierto que el avance del lenguaje multimedia obliga a establecer nuevas formas de comunicarnos y de estar en el mundo pero la convivencia entre el papel y la tecnología es viable y sana por lo que de nada sirve hacer pronósticos fatalistas.

Es indudable de que estamos mutando. Desde la invención de la imprenta hasta nuestros días todo parece estar imbuido en el vértigo y el devenir digitalizado. Algo similar debió suceder cuando del pergamino se pasó al libro. Acá un pequeño video que está bueno y es simpático.




martes, 28 de abril de 2009

¿Quién vive?

Entre medio de todos esos cartones en la noche habita alguien. Ese lugar se ubica casi en la esquina de Roca e Irigoyen. Es la entrada a un local comercial obviamente abandonado.
Todos los días me sucede lo mismo. Miro hacia adentro y no hay nadie por lo que me surge la misma pregunta de siempre, ¿Quién vive acá?
Seguramente que puedo llenar al menos una hoja A4 con posibles residentes por lo que desisto. El margen es tan amplio que recaigo en otra pregunta: ¿Quién lo permite? Ese margen es más acotado. Dos cuadras hacia abajo Casa de Gobierno, una hacia arriba, frente al monumento de San Martín, el Municipio.

Encuentro con la muerte


Llegué al bar, como de costumbre estaba sucio y triste, y al igual que las anteriores noches esta no sería una noche más, pero a esa altura yo todavía no lo imaginaba, aunque sé que todo me termina pasando y por suerte es así.

Al mozo le pedí lo de siempre un vaso de ginebra y en 20 minutos un coñac. Me puse a releer un cuento de Borges bajo la tenue y escasa luz que había en el lugar.

De pronto entró al bar una mujer. Todos la miramos con cierto asombro. Ella no se perturbo por los ojos que la observaban. Caminó con pasos cortos pero seguros y por momentos se detenía a mirar a algunos clientes que buscaban en la bebida ahogar los recuerdos, cosa que yo rehuyo con cierto estupor.

La mujer después de varios intentos fallidos se acercó a mi mesa y me observó detenidamente. Era pálida y de mirada profunda, su pelo lacio y brillante caía sobre su vestido negro. Me generó una extraña impresión por lo que le pregunté de inmediato.

- Perdón, ¿busca a alguien en particular?

- Si a usted.

- ¿Cómo sabe que es a mi?

- ¿Puedo sentarme?

Sus palabras me descolocaron porque aun no respondía mi pregunta y ya se instalaba en mi mesa.

- ¿Cuénteme por qué me busca?, le consulté una vez que se acomodó en la silla.

- Porque usted hoy me tiene que acompañar

- ¿De qué me está hablando?

- Es complejo- me dijo con cierta premura y agregó- Mejor pidamos un par de tragos y le cuento.

La verdad la tipa me intrigó por lo que decidí seguir el juego aunque no sabía aun de qué se trataba.

- Mozo dos coñac. Solicité con el brazo en alto.

- No, para mí ginebra, sabe más a muerte. Contestó ella.

Mientras esperábamos que las copas llegaran nos miramos un par de veces a los ojos. Su profundidad me dio escalofríos y sentí la sensación de querer huir. Pero me quedé, en todo caso la echaría de mi mesa si continuaba incomodándome.

Una vez que el mozo dejó las copas, le pregunte al terminar el primer sorbo.

- Bueno, ­¿qué me tiene que decir?

- Mire esto es bastante difícil, no le va a gustar.

- Pero qué no me va a gustar, si no lo dice no puedo saberlo.

- Bueno seré franca con usted yo soy la muerte y vengo a llevarlo.

Me quedé paralizado, no sabía si la mujer estaba loca o qué pero me desestabilizó completamente. Después de unos segundos dije:

- No entiendo.

- Es sencillo, usted hoy va a morir.

- Pero, ¿por qué?

- Porque todos están condenados a morir. Acá no se trata de justificar lo que va a suceder. Todos mueren y usted hoy va a morir por eso he venido a buscarlo.

- Esta bien, entiendo de que todos mueren, pero ¿por qué yo?

- Sepa disculpar pero le cambio la pregunta, ¿por qué no usted?

Esa inversión me dejó estupefacto, y fue ahí que comprendí que en verdad esa dama era la muerte. Me sentí sumamente indefenso, solo, devastado y no pude contestarle por lo que decidí tratar de entender todo desde el principio así que tomé un trago y reinicié el diálogo.

- Usted me está diciendo que hoy es mi último día de vida.

- Bien, ya lo entendió, en cuanto termine el trago nos vamos.

- Si bueno está bien, pero no me apresuré porque no es fácil aceptarla.

Ella me miró como pidiendo disculpas por haber sido tan socarrona y bebió de su ginebra. Yo, me sentí entregado y no sé de dónde me surgió la idea de estirar la vida en una charla con la muerte, suponiendo que si la distraía en una tertulia ella desistiría de su macabro plan.

Decidí hacerle distintas preguntas para conocer aquello que siempre me había provocado terror, pero primero empecé cuestionándola por mí destino inicial.

- Quisiera saber a dónde voy a ir.

- Usted se va conmigo, a las sombras.

- Si bueno, eso ya está claro, pero voy al cielo o al infierno.

- Mire usted va a morir, eso es todo lo que sé.

- Pero acaso usted no sabe si después de muerto voy al cielo o al infierno.

- Ya le dije que usted tan sólo va a morir, y yo no sé más que eso.

- Bien, pero una vez muerto ¿adónde vamos a parar?

- A la tumba, al olvido, a un sueño eterno. Cómo quiere que se lo explique, va a morir no se va de paseo. Muere y sólo eso....Yo entiendo que no le guste a nadie pero las cosas son así y yo cumplo con mi rol así como usted cumplió con el suyo.

- Si, eso ya lo sé y respecto muchísimo su patético rol, pero a uno lo crían pensando en la dualidad cielo-infierno y ahora me viene a buscar la muerte y resulta que no sabe si hay reparo para el alma.

- Mire, usted no es el único que me ha planteado estos temas y comprendo su cosmogonía pero para hacerla corta, dentro de poco su condición será la de un cadáver.

- Parece que no me termina de entender. Lo que quiero saber es qué hay más allá de la muerte.

- Eso yo no lo puedo saber porque yo tan sólo soy la Muerte. Así que no insista más y termine con su copa. Sentenció la bella y cruel mujer.

Comencé a beber y me detuve instantáneamente y pensé en ganar un poco más de tiempo para cerrar algunos temas que tenía pendientes.

- ¿Podría despedirme de algunas personas?

- Mire, cuando yo vengo es porque ya no queda tiempo para nada.

- Pero eso es muy cruel.

- Más cruel es irse a despedir.

- ¿Por qué dice eso?

- Y porque debe ser muy grato llegar y avisarle a un ser querido, “hoy me muero así que te deseo suerte”.

- Sabía que es muy hermosa pero sus palabras saben a cuchillos.

- Siempre lo hermoso duele, o acaso nunca penó por un amor.

- Y que se cree que hago en este bar. Acaso no ve que esto es una pocilga llena de tipos que buscan olvidar o en mí caso recordar, soñar, esperar que algo suceda aunque en ese suceder venga usted a llevarme.

El paso del tiempo me comenzó a angustiar y la charla se me hizo asfixiante aunque la pálida dama se había sentido más que interesada en la conversación que manteníamos, por lo que decidí transmitirle todo mi pesar.

- Mire yo sé que usted hace su trabajo pero no podría decir que se equivoco de tipo y no me lleva.

- ¿Y cómo hago?

- No sé, diga que fue un mal entendido, un error burocrático. Diga algo pero no me lleve.

- ¿A quién quiere que yo diga eso?

- A su jefe o a sus superiores, total a usted no la pueden matar, porque ya está muerta.

- Hay un sólo inconveniente. Yo soy mi propio jefe, recuerde que yo soy la Muerte.

- Y entonces, porque no se termina el trago, se va y me olvida.

- Porque yo también soy el olvido, el olvido eterno de todos los que arrastro a su última morada.

- Pero usted no sólo es la muerte sino que también es un catálogo de respuestas. Porqué no da margen a una posibilidad, se me hace muy difícil aceptar este cruento destino.

- El destino siempre es cruento porque yo estoy al final y nadie me puede evitar.

- O sea que a usted nadie la ama, al igual que a mi.

- Puede ser. De todas formas hojeé su expediente y tan mal no le ha ido.

- No crea, la mujer que amo no está conmigo, por eso soy otro naufrago dentro de este bar.

- ¿Y porqué no intentó olvidarla?

- Porque no puedo y no quiero.

- Entonces, es porque a usted se le antoja.

- No, no creo que sea tan irracional. Sólo que considero que el amor es algo más místico.

- Pero en qué le ayuda tanto misticismo o a usted le gusta sufrir.

- Mire, ya lo decía Borges: “Como hombres, las queremos indulgentes, comprensivas, bondadosamente irónicas, inventivas en las artes del diálogo y de la relación humana, apasionadas y leales, intuitivas, capaces de memoria o de olvido, según lo requieran las circunstancias, adornadas, en suma de las virtudes más diversas y admirables, sin excluir, por cierto, las de orden físico. Como poetas, la queremos tiránicas, inconstantes, arbitrarias, estúpidas, sumamente vanidosas, insensatas, insensibles y aun crueles, ya que la lírica se nutre de desventuras, no de felicidades, y es sabido que la tragedia personal del individuo puede ser la fortuna del poeta”.

- O sea que usted además de ser un buen lector, escribe o algo así.

- Algo así, mis trazos además de modestos son inconstantes.

- Tiene algo como para leerme, obviamente si quiere.

- Pero usted no estaba apurada por llevarme.

- Bueno digamos que su idea de estirar la vida en una tertulia es más que evidente, entonces yo también aprovecho para conocerlo un poco más. Pasa que no me gusta relacionarme demasiado con mis clientes porque duran poco.

- Inteligente y mortalmente hermosa, qué más se le puede pedir a la muerte.

- Que no venga, por miedo, por desconocimiento. Pero bueno léame algo.

- No traigo conmigo más que tristezas y recuerdos, ¿qué se le puede pedir a un naufrago?

- Mmmm. Pero no me diga que siempre anda desprovisto por ahí y penando por la misma mujer.

- No sé si por la misma mujer pero sí por el mismo amor.

- Disculpe pero usted es un laberinto.

- Entonces usted es el minotauro, siempre en el centro esperando para aniquilarnos.

- Y ya que me connota tanta mitología, nunca ha escrito algo sobre la muerte o esquiva esa idea no recordándolo en sus letras.

- Sepa que cada verso que intentó es un clamor de miedo y de vida por lo que inconscientemente escribo sobre usted y también concientemente.

La tipa hizo una pausa sonrió y me dijo:

- Entonces no debe escribir tan mal. Además, sabía que es atractivo dialogar con usted.

- A pesar de que no me es grata su presencia debo informarle que es una sensación mutua.

La charla continúo durante un par de horas y cuando comenzaba a amanecer la mujer declaró su sentencia.

- Bueno, está amaneciendo debemos partir.

- Veo que no desiste en su postura de arrastrarme al más allá.

- No. Pasa que debo cumplir con mi labor.

La mire a los ojos como clamando piedad, pero ella no se inmutó. Me miró fijamente y señaló:

- No haga esto más largo que ya no hay tiempo.

Con cierta resignación terminé el trago y me dispuse.

- Cuando quiera salimos.

- Entonces vamos, tome mi mano. Dijo ella.

Atravesamos todo el bar lentamente. Observé con detenimiento cada rincón, me frené casi en la puerta y le dije a la pálida dama:

- Deje que me lleve todos los recuerdos, pero absolutamente todos.

Me miró, sonrió y aseguró:

- Usted no podría morir sin llevarse sus recuerdos, eso sería imposible.

- Gracias.

Abrí la puerta, pasó ella, seguí yo, y nos fuimos juntos caminando hacia el olvido.

Octubre de 2002

viernes, 24 de abril de 2009

La estupidez de los ciberciudadanos


En estos tiempos de ansiolíticos y diagonales la rutina de leer todos los días el diario en papel y en digital me ayuda a que rechace tanto a la tecnología como a los estúpidos que creen ejercer un rol decisivo opinando de todo detrás de sus teclados.
Primero la irresponsabilidad de los medios de no generar canales de opinión serios que comprometan a la persona que desea dar su parecer. Claro, es mucho trabajo y lo único que pretenden los medios electrónicos es que la gente participe. Buscan cantidad no calidad.
Después los imbéciles que amparados en el anonimato dicen cualquier cosa. Algunos hasta se la dan de seres incisivos, irónicos hasta los huesos y con una fuerte dosis de pragmatismo.
Pero si tantas soluciones ofrecen a la vida ciudadana porque no comienzan a hacer política. Digo, inviertan el tiempo tratando de conocer a sus vecinos, de charlar con ellos, contagien al barrio, ganen las plazas, que tan abandonada están, y dejen de estar refugiados detrás de un monitor haciendo las veces de ciberciudadanos.
Me pregunto si en ese avance sobre la plaza no se podrán conformar grupos de jóvenes y adultos que discutan ideas y que sientan la necesidad de refugiarse en la lectura para generar nuevos debates y así enriquecerse mutuamente mientras buscan soluciones para el barrio.
No hace falta que lo digan, ya lo sé, soy un estúpido…
¡Dios salve a Homero!

Una verdad

Mi tolerancia radica en un ejercicio cotidiano. Morderme la lengua... por ahora.