jueves, 13 de febrero de 2014

El cura que nunca se calló ni ante Dios


Esta entrevista la realicé allá por enero de 2006 y me ayudó a cambiar la imagen que tenía de los curas. Roberto Juárez pasó de ser un entrevistado a un compañero de trabajo con el cual compartimos una actividad multidisciplinaria vinculada a la problemática carcelaria de Mendoza en aquellos años.
Frases como: "Para tener a la gente como la tenemos en la cárcel es más humano y cristiano matarlos, para que mueran con dignidad , y no irlos destruyendo como personas", y "le dije a Dios que el hombre, que es su creación, le había salido para la mierda".
Les dejo la entrevista del hombre que nunca cerró la boca ni ante Dios.




Entrevista a Roberto Juárez, capellán del penal de Mendoza

"Es más humano matarlos"




Lo que muestra su fisonomía física puede llegar a traer una primera impresión errónea ya que es flaco y al tener barba su rostro se ve más delegado aún. No obstante, es un tipo de carácter, con un lenguaje llano que dice las cosas por su nombre.
Roberto tiene una historia de vida compleja (ver a parte) y fiel a su forma de ser ha sabido tener fuertes enfrentamientos las autoridades gubernamentales y eclesiásticas.
Su trabajo en la penitenciaria lo inició en 1992, invitado por un capellán jesuita de ese entonces.

¿Qué te llevó a trabajar en la cárcel?
Hasta que me invitaron nunca había pasado por mi cabeza la idea de la cárcel, no estaba entre mis objetivos, inquietudes ni nada. Vine por eso que dice el evangelio de “estuve preso y me visitaron”. Es difícil decir qué pasó dentro mío, de hecho todavía estoy tratando de explicármelo.

¿Qué descubriste?
Para mi se abrió un mundo confuso, difícil, que lo vivo en contraste. Acá encontré lo mejor y lo peor del ser humano y de mí. Descubrí lo peor de mí, el asesino, el violador todo eso que todos tenemos potencialmente y que no se desarrolla porque estoy más atento y por haber tenido muchos más medios que muchos de los que están acá no tuvieron.


¿Has vivido situaciones límites estando acá?
Sí, pero el pico fue el motín de la Vendimia del 2000. Terminado el motín, ese lunes, se puso como condición en el petitorio que gente de la pastoral y legisladores supervisáramos la requisa que hacia infantería de la policía. Estuvimos en un primer pabellón donde todo fue muy ordenado y muy digno, si es que se puede hablar de dignidad. Pasado ese pabellón los legisladores se sacaron la foto y se fueron, durante toda la requisa estuve yo con un legislador amigo que se quedó. Esa fue una de las experiencias más terribles de mi vida y degradante del ser humano.

¿Por qué? ¿Qué viste?
Vi como hacían salir a los internos en pelotas, apoyados sobre las paredes de los pabellones, mientras la policía destruía todo lo que tenían, aparatos y demás. Al jefe de la requisa le dijimos que era innecesaria tanta destrucción y vandalismo. Estaba todo descontrolado era un desquicio de todos, un desborde de bronca, de ira, de furia y de locura.

¿Qué sentiste en ese momento?
Me sentí con la mierda hasta las orejas. La mierda de los internos, de los penitenciarios y la policía, la mierda de la sociedad, de los políticos y con mi propia mierda. Fue una experiencia límite donde me planteé si me iba o me metía de lleno en la mierda para sobrevivir ahí. Tenía ganas de que todos voláramos porque eso no tenía sentido y era todo un absurdo.

Y Dios, ¿qué pasa con Dios en ese momento?
Me puse ante Dios y le dije que el hombre, que es su creación, le había salido para la mierda. Reponerme de esto me costó bastante tiempo, porque elegí quedarme y no quería quedarme para desparramar mierda, sino porque más allá de lo que aparece creo que todo ser humano está creado a imagen y semejanza de Dios, ese es el sustento de mi fe y además considero que el hombre es redimible.

¿En algún momento desde la penitenciaria han intentado condicionarte en tu libertad de expresión?
Por ahí me han llamado la atención, pero yo siempre he tenido una actitud franca.

¿Y desde el Arzobispado?
Una vez le mandé una carta muy dura al gobernador Rodolfo Gabrielli con copia al intendente de Guaymallén, Jorge Pardal, y al arzobispo, en ese entonces, Candido Rubiolo. Pardal me llevó a comer a Don Mario y me dijo que tenía cosas más importantes y lo social no le calentaba tanto. Rubiolo me había ordenado como sacerdote, pero cuando me llamó tuve una desilusión muy grande porque me tocó un aspecto personal y familiar mío, como fue el encontrar a mi padre, que no tenía porqué. Esto me molestó a tal punto que pensé en irme de la diócesis. Cuando él dejó el cargo finalmente hicimos las paces.

En junio del año pasado en la requisa que se hizo hubieron abusos?
Sí, le metieron palos en el ano a los internos y destrucciones muy grandes por lo que reviví todo lo que pasó en el 2000. Fue una situación abusiva y de injusticia.

La denuncias que formuló Amnistía Internacional sobre las condiciones de vida infrahumanas dentro de la cárcel, ¿Eran así?
Todo era así. Cuando me preguntaron si las denuncias de lo abogados eran movilizadas por algún interés económico, les dije que no sabia si había un interés económico sino que eran los único que habían puesto en evidencia situación que se sabían que existía y que nadie lo decía.

¿Cuál es tu visión de la cárcel?
Esto es producto de nuestra sociedad que es muy hipócrita. Un sacerdote amigo, que no es mendocino me decía: ‘Ustedes los barrios pobres los quieren esconder con árboles y los ricos están en country’. Somos de esconder las cosas y eso no es sano. Acá hubo un genocidio que fue durante la represión, pero ahora estamos reeditando un genocidio con los jóvenes que llenan nuestras cárceles que consideran no deseables y que son irrecuperables la gran parte de ellos.

¿Esto se lo has dicho a los políticos?
A un alto funcionario que me dijo que son irrecuperable, le dije que hay que blanquear la situación y si consideran que son irrecuperables los tenemos que matar porque no tiene sentido hacer nada. Estos no son desaparecidos como en la dictadura, estos ni siquiera han aparecido porque son excluidos a los que tratan como ciudadanos de segunda por haber nacido en situación de miseria y pobreza.

¿Matarlos?
Para tener a la gente como la tenemos en la cárcel, es más humano y cristiano matarlos para que mueran con dignidad y no irlos destruyendo como persona. Por eso el lamentable que hayan tenido que venir de la corte internacional a decirnos que nos demos cuenta de esta situación.

Entonces, acá existe la pena de muerte encubierta.
Acá hay condenas a muerte tácita, no abiertas que sería más honesto. Acá los dejan que se maten entre ellos en ajuste de cuenta o los matan en su dignidad de seres humanos. Los políticos deben saber que se puede pecar por acción u omisión y acá no han hecho nada para evitar esta situación.

¿A los internos qué les decís?
Le planteo que cada uno tiene libre albedrío, y si quieren seguir robando es una elección personal. Sobre todo hablo con los jóvenes que han tenido muy pocas posibilidades y si pudiéramos trabajar con ellos en un programa sostenido y serio muchos no reincidirían.
La mejor inversión en seguridad es evitar la delincuencia y hacer que el que está detenido se pueda reinsertar.

¿Cómo ven los jóvenes delincuentes la cárcel?
El otro día uno me decía que ‘acá lo único que estoy aprendiendo es a robar mejor, esto es una universidad de la delincuencia’. Eso es lo único que estaba aprendiendo sistemáticamente.

¿Se cumple con la corrección y reinserción del que delinque?
No se cumple. Sí hay intentos más que válidos pero son aislados. Lo que hace falta y se lo dije al gobernador, es una política penitenciaria sustentable y no solamente la voluntad de los que trabajamos acá y que cada vez estamos más desbordados porque es mayor el número de internos, porque las instalaciones, incluidas las nuevas, tienen menos espacios para desarrollar talleres o aulas de aprendizaje. Sería bueno que la clase dirigente deje de usar la cárcel políticamente que es muy nocivo.

¿Los internos como mantienen la fe viviendo de esta forma?
Vivir acá es una situación límite para el ser humano. De hecho la ley es una contradicción porque pide que se le enseñe al hombre a vivir en libertad estando prisionero, cosa complicada. La pena que les impone el juez, ellos no la eligieron, lo que sí eligen es cómo vivir la condena.

¿Valoran la vida?
La población joven es la que menos valora la vida, pero cuando te pones a escuchar sus historias con situaciones de miseria, abuso, explotación por lo que es imposible que valoren la vida si nadie valoró la suya por eso por un Poxirrán o por dos pesos pueden llegar a matar.

¿Los que trabajan con los internos cómo se sienten?
El personal que está muchas horas con los internos también está en condiciones infrahumanas. Siempre digo que algunos trabajos son honorables aquí nuestro trabajo nos hace sentir miserables porque no tenemos los medios, se nos pone en situaciones que nos desbordan porque a veces no contamos con un baño o un lugar digno para ducharnos o descansar un rato cuando uno tiene que estar hasta 36 horas.
¿Qué opinión te merece la clase dirigente?
Creo que tienen que estar acá adentro. Un vecino me dijo una vez que tenía la solución para la cárcel, ‘un revolver y unas balas’. Yo le dije que se lo aceptaba con una condición, que empezara con los grandes delincuentes que son los que arruinan a los pueblos, que hacen que niños y jóvenes pasen hambre, desnutrición y miseria. Hay ámbitos de las personas que están en el poder que no les van a permitir llegar a la cárcel, por influencias, modos y toda una serie de vericuetos y trenzas que los terminan beneficiando. En esto el consuelo que me queda es que en el Apocalipsis, cuando llega el juicio de Dios, se dice ‘llego el momento de arruinar a los que arruinaron la tierra’.

¿Renunciarías?
Me lo he preguntado pero el tema de estar en la cárcel conmigo es porque yo me enfrento con Dios acá en la penitenciaría. Yo le digo, si realmente has venido a buscar y salvar lo que estaba perdido, demostralo acá. Esto parece como un desafío que le hago a Dios y por ahí siento que no lo percibo pero la que siempre me salva es la virgen María, por eso soy muy mariano y tengo una devoción muy especial por María.


Historia personal
"Yo era Villegas, tendría que ser García pero terminé siendo Juárez” así resume el Padre Roberto su compleja vida familiar que lo lleva a sentir que es “un paria, como el resto de los que están acá en el penal”.
Sus padres estuvieron de novio y tras una rápida relación nació Roberto quien se crió con su abuela materna. Mi mamá había formado una nueva pareja, hasta los ocho años yo creí que era mi hermana, hasta que el esposo de ella me dijo en forma poco diplomática que ella era mi vieja” recuerda el cura. De ahí le cambia la vida y se entera que tienen un padre que va a conocer recién a los 33 años cuando era párroco en el Barrio Santa Ana. Desde los 12 años que muere su abuela se cría con una familia adoptiva que le da el apellido Juárez. A los 14 años finalmente va a romper con su familia de sangre. A los 16 años ingresa al seminario.

“A los 31 años mi vieja me dejó los datos de mi padre, que vivía en San Luis. Nunca tuve inquietud por conocerlo hasta que se me presentó”, explicó el cura quien siente muy de cerca la obra de Dios que le brinda un temple suficiente como para no desmoronarse ante los avatares que ofrece el trabajo en la penitenciaría.